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1 de octubre de 2021
01/10/2021: Virgen de Luján, la arraigada devoción popular que creció junto con la Patria y que ahora recupera su peregrinación

Durante casi cuatro siglos la veneraron desde Belgrano y San Martín hasta San Juan Pablo II. Integrada a la cultura popular, millones de argentinos le encomiendan su salud, seguridad y felicidad. Este sábado vuelve a realizarse la tradicional Peregrinación Juvenil a Pie a su santuario.
Por: Julio Bazán
A simple vista no es más que la imagen de terracota, de escasos 38 centímetros de altura, de una mujer morena cubierta por un vestido celeste y blanco adornado con filigranas doradas y plateadas, que está posada sobre una media luna que flota entre nubes. Pero ejerce en la Argentina un poder espiritual inmenso, que no tiene parangón y vence al tiempo. Luce un semblante modesto y grave, y al mismo tiempo risueño, pero la imponente corona de oro con 365 piedras preciosas que ciñe su cabeza es la señal de su grandeza y dignidad.
Durante cerca de cuatro siglos se rindieron a su influjo y la veneraron a sus pies, desde algunos de los más sublimes próceres de nuestra historia como los generales José de San Martín y Manuel Belgrano, hasta millones de argentinos convencidos de que ella siempre veló sin desmayo por el bienestar del país; vigiló la desesperación y la esperanza, las penas y las alegrías de sus habitantes, y los salvó de mayores calamidades y sufrimientos.
Un Papa en colectivo
San Juan Pablo II se arrodilló ante ella y le obsequió, cuando era Papa la Rosa de Oro, una de las más altas distinciones que otorga el Vaticano. Fue cuando acudió a su basílica el 11 de junio de 1982 para implorarle que intercediera por la paz en el conflicto bélico de las Malvinas, después de visitar Gran Bretaña a comienzos de ese mes. Tres días después cesaron las hostilidades en las islas, y no hubo más muertos.
El 11 de junio de 1982 el papa Juan Pablo II rezó ante la Virgen de Luján. Su Santidad vino a la Argentina para pedir la paz por el conflicto en Malvinas. (Foto: captura de video)
En aquella oportunidad el papa polaco eligió retirarse del templo en un colectivo de la línea 501, sentado en una silla al lado del conductor, porque el auto blindado en el que debía viajar hasta la estación para abordar un tren oficial hacia la ciudad de Buenos Aires, tenía vidrios polarizados que le impedían el contacto visual con la marea de fieles que lo aclamaba.
Cuando regresó a la Argentina en 1987, ya recuperada la democracia, después de recorrer fatigosamente casi todo el país hizo desviar el trayecto del avión que lo trasladaba desde Rosario a Buenos Aires para sobrevolar el santuario de Luján a menos de 300 metros de altura y saludar a la Virgen que adoraba.
La doble protección solo deja a la vista la cara y las manos, que muestran las huellas del paso de los siglos. La arcilla cocida perdió el brillo en algunos sectores del rostro, que aparecen cuarteados. Y hay pequeños desprendimientos del material en la nariz y la boca. Son como las arrugas del tiempo sobre la imagen del culto, que nunca envejece, y en cambio se renueva permanentemente.
A principios del siglo XX la imagen fue bañada en plata porque la arcilla cocida en la que fue elaborada se estaba deteriorando. También fue ataviada con un vestido celeste y blanco que se cambia todos los años. Debajo del revestimiento, el ropaje de la confección inicial representaba un manto de color azul sembrado de estrellas blancas, sobre la túnica encarnada que se iba decolorando con el tiempo.
La Virgen de Luján fue proclamada patrona de la Argentina por bula del papa Pio XI en octubre de 1930, trescientos años después de que, según la tradición cristiana se empecinó en quedarse en medio del campo, a la vera del río Luján, originando el mayor fenómeno religioso de la Argentina. Al efecto, describe la creencia, inmovilizó milagrosamente la carreta tirada por bueyes que la transportaba, y permitió que reanudara la marcha recién después de que los arrieros descargaran del vehículo la caja que la contenía.
El Negro Manuel y la Virgen Gaucha
Los historiadores católicos sostienen que hubo un testigo ocular del milagro ocurrido el 8 de mayo de 1630, que luego se encargó de propagarlo: Manuel, un joven que llegó como parte de un lote de esclavos africanos en el barco que trajo la imagen desde Brasil, y se convertiría en el primero y más fiel de los servidores de la Virgen.
La historia escrita por la fe indica que Antonio Faría de Sá, un hacendado de Córdoba del Tucumán había pedido a un amigo, el marino Juan Andrea, que le trajera desde Brasil una imagen de la Inmaculada Concepción de María, para instalarla en una capilla en su estancia de la localidad de Sumampa (hoy parte de Santiago del Estero). Andrea trajo no una, sino dos imágenes: la solicitada y otra de la Madre de Dios con el Niño Jesús dormido en sus brazos, en sendos embalajes.
El sagrado cargamento fue colocado en una carreta integrante de una tropa, para seguir por tierra hasta su destino. Los arrieros se detuvieron en la estancia de Rosendo Trigueros, a la vera del Río Luján para descansar. Cuando al día siguiente quisieron reanudar la marcha, fue imposible. Los bueyes se empacaron. Manuel, que integraba la caravana porque había sido comprado por el marino Andrea, sugirió que se bajara el cajón que contenía una de las imágenes, pero el vehículo seguía clavado en su lugar.